“Lucian Toro”, seudónimo que toma de su hijo,
su nombre real es Javier Toro Zuluaga. Radicado en el barrio San Antonio hace
10 años oriundo de Medellín, hijo único del pintor Javier y de la abogada
Ibeth. Casado con Nataly Ruiz, padres de Lucian de 3 años.
El tiempo que más disfruta es cuando está trabajando
en su estudio que se asimila a un consultorio, sus paredes se cubren de dibujos
de su papá; sobre una pequeña mesa se observan instrumentos como agujas,
tintas, maquinas, esterilizadores, diseños de nuevas ideas, entre otros. Allí
se entrega a su arte alejándose de una
realidad que tal vez muchos quieren evitar por la descomposición social y moral que se vive
en la actualidad, por eso disfruta de su existencia en el Mall de Llanogrande,
un lugar tranquilo, lejos del ruido y las aglomeraciones; solo lo acompaña la
música a exagerado volumen: el tronar de
las guitarras, el saxofón, las mezclas y el sonido de su máquina al tatuar que
hace que todos sus sentidos se olviden del mundo exterior hasta el punto en que
las historias de sus clientes se convierten en murmullos sin importancia.
No
es creyente de ninguna religión, pero tampoco se considera ateo. “Estudie toda
mi vida en un colegio católico, hasta que llegue a un punto en el que dije ‘yo
no tengo por qué creer en algo que me impongan’ simplemente cada uno se
esfuerza por ser feliz”. Le molesta la
gente que no hace nada para salirse del círculo vicioso en el que viven “yo trabaje en una de bolsas hace unos años, es una porquería, lo llamo
‘esclavitud modernista’”.
Su
segunda pasión es la buena gastronomía, considera un insulto un plato mal
preparado, pero no solo la exige, también la hace y su favorita es la italiana
“cocino mejor de lo que tatuó”. Incluso cree que fundaría alguna vez un
restaurante en el que sería el chef.
“Una vez estando muy pequeño, me fui para Puerto
Berrio, allá me comí el mejor bagre del mundo. Cocinaba una viejita con cerca
de 80 años. Estuve por allá más o menos una semana y probé todos los platillos,
no hubo ninguno malo, ni siquiera el agua de panela con limón e hielo que nos
servía. Mucha gente ha estudiado en lugares muy buenos de culinaria y a ninguno
de los que distingo, ha hecho un plato más maravilloso que los de ella; a
excepción del cocodrilo que una vez comí en los manglares”
Le
encanta el play station; las películas de acción y ciencia ficción pero su
preferida es la de superhéroes, porque le muestra una realidad diferente, donde
se lucha en contra del mal y se vive en un mundo poco parecido a Colombia, por
ello quisiera vivir en Suecia, (le gusta el socialismo que hay allí pero no el
del resto del mundo) piensa que es el mejor país y que lo llevaría a otra
realidad así como lo hacen las películas que ve “si fuera por mi mantendría más
encerrado de lo normal. ¿Para qué ser parte de toda esta podredumbre? prefiero
hacerme el de la vista corta”.
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Desde
pequeño ha vivido el arte, sus padres nunca compartieron su gusto por el
tatuaje, por eso fue enviado a la universidad a estudiar derecho, a pesar del
tiempo nunca perdió su ideal, pues después de 5 semestres cursados en la UCO
Javier salió a luchar por sus sueños.
“El primer tatuaje que me hice fue en el
hombro a los 17 años, a escondidas, así empezó todo y ahora no sé cuántos
tengo, ni les doy significado, simplemente lo hago porque me gusta; pero de
todos el que más me ha dolido es el de las rodillas. Me gustaría tatuarme todo,
con excepción de la cara, lo considero un atentado”.
“Mis
padres piensan que tatuajes es igual a vandalismo y así mucha gente, pero ahora
sigue nuestra generación (1980 y 1990) que tenemos un pensamiento más abierto por
eso estoy seguro que esto va a cambiar y el mito de que un tatuaje te quita o
te pone algo se eliminara. La ley ahora apoya el derecho al trabajo y que no se
discrimine a nadie por tener un tatuaje; por tatuarte no amanecerás más bruto.
Lo veo muy similar a como si te dejaras el bigote, ¿entonces despiertas más
bruto que nunca? ¡Es absurdo!”
“Fue
muy duro, mis papas nunca me apoyaron. Intente hasta pagarle a uno de los alumnos de mi padre que
se dedicaba al tatuaje y me canse de rogar, entonces dije ‘yo puedo solo’ y eso
hice, cuando me entro una plata la dispuse para la máquina y compre todo el
equipo que consiste en: una máquina, una fuente (nivela la energía de la maquina), un pedal (interruptor),
agujas, tintas, boquillas, clip cord (cable que le da energía la máquina),
entre otros”.
Sin embargo, Toro no ha
estado totalmente solo ya que su esposa des de un principio siempre lo apoyo
con su talento “Yo lo conocí en el 2007 y me enamore perdidamente de él, sentía
que quería estar con Javier por el resto de mi vida. Lo apoye desde el
principio con su vocación, me enorgullecía. Incluso una vez ahorre la plata del
descanso del colegio para comprarle una fuente” cuenta Nataly Ruiz, esposa de
Javier.
Con
6 años en este arte “Lucian” se ha convertido en uno de los mejores en tatuar
rostros del Oriente Antioqueño. “Fue complicado aprender, incluso pocos se me
prestaron para tatuarlos, entonces decidí entrenarme en mi propia piel”.
“Yo aconsejo a mis clientes pensar muy bien lo
que se van a hacer, porque empecé desde muy joven a tatuarme y ahora llevo dos
secciones de laser en las que me estoy borrando mis primeros tatuajes, fueron
en las manos; me parecen muy colorinches. Uno ya todo viejo y súper ‘Lazy
town’, como que no. Apenas termine me tatuare de nuevo”.
Considera que conoce todas las técnicas de
tatuaje aunque a diario se esfuerza por aprender algo nuevo, ve como “mediocridad”
quedarse en el mismo punto y llenarse de ego tanto como para “estancarse” en él.
A
pesar de que sabe que sus trabajos son alabados y conocidos por el país y por
el exterior no se cree más ni menos que nadie, pero le da satisfacción ver la
cara de alegría de la gente con sus trabajos, además de que estos son
reconocidos por sus técnicas en cualquier parte y su nombre reluce al verlos.
“Aquí al local viene mucho un cliente de Estados Unidos, siempre llega, pasea
una semana y se va súper tatuado y satisfecho”
Admira
al ruso Demitre Shamoev y al colombiano Cesar Baille. Disfruta
de tatuar realismo en especial animales y a todo se le mide sin temor, piensa que el miedo solo lleva al fracaso y que se debe creer en sí
para lograr las cosas.
“Una
vez me llego un man diciéndome ‘parce yo me voy a hacer un punto rojo en la
muñeca, algo que me causo mucha gracia y le dije ‘lo menos que yo cobro son
cien mil pesos y no te puedo cobrar menos’ - ‘sí, no importa’ - ‘¿no queres
otro tatuaje y yo te regalo el punto?’, me demore 30 segundos haciéndole el
punto, fue más armar el equipo”.
Mientras
me hablaba de él movía sus manos ansiosamente; la mirada se perdía en aquella
pradera al frente de su local, pero no por mucho, sus ojos eran como dos
pequeñas bolas de pin pon que saltan y danzan de un lado para otro sin cesar,
mientras reía con nerviosismo.
“En
diciembre estaba tatuando cuando una gente acá afuera empezó a tirar tacos, el
cliente saltaba, yo también; hasta que llego un momento en el que me tuve que bajar
– ‘parce, estoy trabajando ¿por favor dejan de tirar eso?’ – ‘¡a claro
parcero!’ -- seguí trabajando cuando… otro taco, baje un poco más disgustado –
‘Hey! por favor deja de tirar eso, te estoy diciendo de buena manera’
–siguieron y ahí si baje bravísimo – ‘¡bueno malparidos ¿cómo es la cosa pues?!’
– eso se formo un alboroto, el celador se dio cuenta y obvio llamo a la
policía; cuando llegaron les pegue tremenda insultada y me iban a arrestar. Finalmente
logre terminar el tatuaje”
“Mi esposa siempre ha dicho que soy como un guerrero samurái porque he sido yo contra el mundo en todo momento, estoy de acuerdo con ella, así este vuelto nada yo hago las cosas hasta el final y no me detengo, no pienso y mucho menos le hecho reversa a nada, siempre para adelante aunque hayan errores; uno no se puede dejar tragar y vencer aunque todo vaya muy mal”.
Foto cortesía
Ximena Oquendo H.
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